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John Butchko

No hablé durante el primer año y medio de mi vida. De hecho, realmente no emitía ningún sonido de los bebés normales. El hecho de que no balbuceara fue una de las señales para que mis padres pensaran que yo tenía una pérdida auditiva. Lo que más hacía era chillar: un ruido que me dijeron era imposible de ignorar. Es muy gracioso que yo terminara en donde estoy, después de ese comienzo, y en gran parte debido a la Clínica “John Tracy” (ahora llamada Centro “John Tracy” (JTC)).

Aunque pasé exitosamente las pruebas auditivas estándares, mi mamá creía firmemente que algo no estaba bien y por eso pidió que me hicieran una prueba de respuestas acústicas del tallo cerebral, el cual reveló que tenía una sordera profunda. Cuando tenía 14 meses de edad, mis padres estaban confundidos. No conocían a nadie que fuera sordo y no sabían cómo empezar a ayudarme. Mi audiólogo me refirió a JTC y es así como se inició el proceso.

Durante mi primera visita a JTC, estaba presente Susie Tracy y ella compartió con el grupo de apoyo su historia sobre la relación especial que tenía con su hermano. Susie me vio corriendo ansiosamente por JTC y explorando los salones de clase, y le dijo a mi madre que me iba a ir bien. Mi mamá me inscribió en JTC y Susie venía a observar algunas veces por año y seguía mi progreso.

No tengo muchos recuerdos específicos de mi tiempo en la casa de demostraciones (demo home) o el preescolar, pero mi vida cambió. Viajaba al centro de Los Ángeles con mi padre, cuatro días por semana, y esperaba que el tráfico nos dejara llegar temprano para poder comer croquetitas de papa de Carl’s Junior. Todo lo que hice allí, siendo un bebé, se me brindó para que me divirtiera, pero los profesionales de JTC le comunicaron claramente a mis padres que dependía de ellos darme ejemplos del habla y alentarme a hablar y escuchar. Le

enseñaron a mis padres cómo apoyarme para que ocupara un lugar en el mundo oyente.

Mi lenguaje expresivo y receptivo mejoró y aumentó. A la edad de tres años, pasé a un preescolar privado que no tenía experiencia con niños sordos, y JTC jugó un papel decisivo en ayudar a que se facilitara la transición. Fue un recurso para mis padres y los maestros del salón de clase, que tenían que aprender cómo ocuparse de mí. El Centro “John Tracy” les brinda a los padres las herramientas necesarias para apoyar y defender a su hijo y les proporciona recursos y aliento a cada paso del camino. Hubieron problemas durante el proceso, pero pude avanzar de preescolar a la escuela primaria, escuela secundaria y preparatoria, totalmente regulares, y siendo parte integral de mi comunidad escolar. Jugué para el equipo de fútbol de la escuela, me eligieron para formar parte del gobierno estudiantil y encabecé la sociedad de honor de la escuela. Creo que, al final, Susie Tracy tenía razón.